(Publicado en Carta de Publicidad… en algún momento de 2011)
La presentación de una
campaña debe ser uno de los momentos más emocionantes de nuestro trabajo.
Es el momento de la verdad.
La ceremonia en la que ponemos en juego todos nuestros recursos para que las
criaturas que estuvimos alimentando durante largo tiempo dejen de ser proyectos
y se conviertan en avisos, comerciales, afiches… cosas bien concretas.
Antes de la presentación, dentro
de la agencia, las ideas son como de la familia. Los creativos, la gente de
cuentas, los productores, todos llevan muchas semanas interactuando con ellas,
conociéndolas, entendiendo de qué van. Sin embargo, cuando llegan al big meeting, a exponerse al juicio de
los demás, son una especie nueva, diferente, vulnerable, que necesita ser
introducida con mucho cuidado.
Hay clientes que lo
entienden y tratan de ayudar, comprendiendo que ese ojito que se les va de
viaje es algo pasajero, que el color naranja desaparecerá en poco tiempo o que
su cabeza de huevo no va a ser algo permanente. Pero hay otros que no.
Que
pretenden que la recién nacida se vea tal cual se verá en el aire… como si la
producción no tuviese nada que aportar.
Debe ser por eso que los
publicitarios boludeamos tanto antes de dar vuelta el primer cartón,
describiendo la situación del mercado, estableciendo la estrategia, fijando
objetivos, demorando las “figuritas”, que, francamente, en ese momento, es lo
único que el cliente quiere ver.
En una época estaba
convencido de que todas esas volteretas creaban más ansiedad que otra cosa, y
había inventado un formato que a mí me parecía interesante: un cartón gigante
–o creative wall, como nos gustaba
llamarlo- en el que volcábamos absolutamente toda la mercadería que teníamos y
la exponíamos así, a lo bestia, sin preámbulos, a los ojos (y los colmillos) de
nuestros interlocutores.
En teoría la idea funcionaba
y solucionaba aquel tema de la ansiedad. En la práctica creaba una nueva forma
de stress, ya que el cliente se dispersaba tanto, miraba tantas cosas al mismo
tiempo, recibía tanta información simultánea, que terminaba más confundido que convencido.
Eso sin contar a los tipos que “veían” rápido y se deglutían en 1 minuto el
trabajo de varias semanas. Creo que la probamos 2 veces y después decidimos archivarla,
junto a otros inventos no comprendidos.
El fracaso de la pared
creativa fue duro, pero no fue totalmente en vano, ya que nos hizo ver que –más
allá de las innecesarias piruetas de precalentamiento- el cliente necesitaba
ser acompañado, guiado, orientado…
Más que tirarle todas las
ideas por la cabeza, lo que necesitábamos era compartir un “viaje de
aprendizaje”, en el que pudiera seguir el mismo proceso de pensamiento que
nosotros habíamos hecho y llegara naturalmente a entender por qué las ideas que
le estábamos proponiendo eran las ideas necesarias.
En mi experiencia personal,
el mecanismo del viaje fue y sigue siendo muy eficaz y generalmente ayuda mucho
a vender nuestras propuestas, pero tiene un peligro: que el cliente se enamore
tanto de ellas y las haga tan suyas… que decida empezar a re-crearlas, a
sobredesarrollarlas, a reinventar lo que no hace falta reinventar.
Si el tipo es como aquel
personaje que hacía Chazz Palminteri en “Disparos sobre Broadway”, un mafioso
contratado para cuidar a la estrellita de la obra, que se interesaba por el
espectáculo y terminaba siendo más talentoso que el propio autor, no habría
ningún problema… pero eso era una película! La vida real es más dura.
Otro peligro sobre el que
tenemos que estar atentos en nuestro “viaje nupcial” es una frase que algunos
clientes dicen como elogio y es todo lo contrario: “me siento cómodo con esta
creatividad”.
Danger!!! No es que el tipo
se tenga que sentir incómodo… pero de ninguna manera tiene que sentirse cómodo,
acolchonado, seguro.
Miguel Angel Furones, director
creativo mundial de Leo Burnett en mis épocas de LB, decía que cada vez que le
presentaba a un cliente una idea realmente original, recibía la misma pregunta:
“esto funcionará?”, a lo que invariablemente daba la misma respuesta: “no sé,
nunca lo probamos”.
Cuando las ideas están
“probadas”, estamos jodidos. Por eso creo que el último tramo del viaje tiene
que ser como el del tren fantasma: derechito, esperable, un paseo… hasta que de
golpe, zácate, te da un sacudón y te pone frente a algo que no te imaginabas.
Puede ocurrir que en este
momento la presentación tambalee y todo se vaya a la mierda. Pero lo que
normalmente ocurre, cuando agencia y cliente actúan profesionalmente, es que la
presentación deja de ser una formalidad, un “examen”, una puesta en escena en
la que cada parte juega calculadamente su rol, y se transforma en una
celebración en la que todos tienen razones para festejar.
No sé cómo habrán sido las
presentaciones de Lucchetti, Galicia, Coca Light, BBVA y Playstation (para mí,
las mejores campañas del último Lápiz), pero –vistos los resultados- podría
imaginar que terminaron a los besos.
5/7/13
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1988/1996
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Socio, Director Creativo
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Director Creativo General
1980/1984
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Director Creativo General
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