9/7/20

Portero visor.

CONSIGNA 3: Mi abuela es el lobo feroz.

La tele se había vuelto aburridísima. Las novelas ya las sabía de memoria. Los noticieros repetían siempre la misma historia. Y hasta en los almuerzos de Mirtha se veían siempre las mismas caras. O se veían caras nuevas, pero de los mismos invitados.

Las chicas con las que jugábamos a la canasta se habían ido dispersando por distintos barrios: una en Chacarita, otra en Liniers, la más paqueta en Recoleta. La única que quedaba viva me ganaba siempre, así que a ésa prefería no verla.

Y mi hijo hacía lo que podía. O lo que mi nuera le dejaba hacer. Venía cada tanto, tranquilizaba su conciencia y después se mandaba a mudar.

Por eso, cuando en el edificio instalaron ese aparato sentí que volvía a vivir. Yo soy de la época en la que, cuando te tocaban el timbre, mirabas por la mirilla. El portero eléctrico ya me había parecido una revolución. Pero cuando apareció el portero visor sentí que había entrado en el futuro.

Era increíble cómo ese cachivache tan sencillito podía ofrecer tantas emociones.

Al principio le tenía un poco de desconfianza. Pensaba que así como yo veía a los que llegaban, ellos me veían a mí. Siendo que a veces no estaba presentable, esa posibilidad no me gustaba mucho. Pero una vecina me lo explicó muy clarito: el portero visor era como un embudo y yo estaba del lado finito.

Esa revelación me convenció. Tanto, que no dudé un segundo en sacar el sillón que desde hace 30 años estaba instalado frente a la tele y reinstalarlo justo frente a la pantalla del nuevo “canal”.

En pocos días podía saber con exactitud quién llegaba a cada hora, quién venía de visita, quién pedía empanadas, quién pedía pizza, todo…

Después de un par de semanas había armado una programación perfecta… aunque, después de otro par de semanas, me empecé a aburrir. De nuevo.

La entrada y salida de mis vecinos se había vuelto un poco monótona, no era tan emocionante como me había parecido en un principio. Todo era demasiado previsible, rutinario… Entonces decidí convertirlo en algo más entretenido.

Empecé de a poco. Lo primero que se me ocurrió, cuando veía que alguien salía, era fingir una voz y pedirle que volviera a su casa. Era una pavada, pero me divertía ver cómo mis vecinos iban y venían sin ton ni son.

Después empecé a meterme con los que entregaban comida. Como estaba siempre en la pantalla, podía atenderlos antes de que tocaran el timbre, así que los abarajaba y los mandaba para cualquier lado.

Lo mismo hacía con los Testigos de Jehová. Lo que más me gustaba era enchufárselos a las vecinas más chupacirios.

Un día llegó de viaje el marido de la de arriba. Yo sabía que la fulana tenía otro fulano y, por los ruidos que escuchaba, sabía que estaban en acción. No lo dudé. Lo mandé derechito a su casa… Reconozco que cuando oí los gritos me agarró un poco de remordimiento… y cuando me enteré de lo del divorcio, un poco más… pero qué culpa tenía yo.

Hasta que un día, en una reunión de consorcio, decidieron sacar el portero visor. Parece que a la gente le producía mucho estrés.

Volví a correr el sillón a su lugar histórico y volví a mirar a Mirtha. Sí, Mirtha seguía.

Sin embargo, la aventura del aparatito me había dejado con ganas.

Aunque los vecinos se quejaban, el edificio había tomado vida… Y la verdad es que nadie sospechaba de mí. Todos seguían cediéndome el paso, llamándome abuela o mamita, tratándome con un cariño condescendiente (que incluía un innecesario tuteo)… absolutamente hinchapelotas. Creo que esa es la palabra adecuada.

Ahí fue cuando empecé a experimentar con el ascensor. Me levantaba a la madrugada y estudiaba la reja. Con un banquito llegaba hasta la parte de arriba y veía una cosita retráctil que impedía que la puerta se abriera cuando el ascensor no estaba en el piso. Era como un seguro o algo así. No sé, eso es lo que escuché que decían.

Lo otro que escuché fue el plop del vecino del décimo. Seco y rotundo. Pobre muchacho, se ve que salía apurado. ¿Por qué corre tanto esta juventud?

En fin… es triste, bastante triste… pero no hay mal que por bien no venga. El edificio volvió a tomar vida. Vino la policía, vino Crónica, tenemos tema para unos cuantos días…

Yo sé que en un par de semanas esto se va a acabar y es muy posible que me vuelva a aburrir… pero no me preocupo: seguro que algo se me va a ocurrir.

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