9/7/20

Ella, allí.

CONSIGNA 1: Escribir un perfil de la persona que amé en secreto y la historia que no fue.

La vi y la amé. Sus ojos, sus cejas, su nariz, su boca. Todo en ella era perfecto. En mí, no. También tenía ojos, cejas, nariz y boca, pero distaban bastante de aquella perfección.

Por aquellos años recitábamos como un mantra aquella frase que nos había revelado el zorro de El Principito, “lo esencial es invisible a los ojos”, pero la invisibilidad de lo esencial no aplicaba al levante. Funcionaba muy bien en los libros, en los poemas, en los posters, sobre todo en los “posters del tiempo”, pero a la hora de la verdad no se lo vendías a nadie. O al menos no a una diosa como ella.

La belleza como actitud todavía no se había puesto de moda… Ya existían Belmondo y Gainsbourg, tal vez los primeros feos con onda de la historia moderna, pero ellos hablaban francés. Y eran Belmondo y Gainsbourg. Y Julia Roberts todavía no se había casado con ese cantante tan feo con el que alguna vez se casó.

Estaba claro que yo no tenía muchas posibilidades. Sin embargo, no me resignaba. Aunque tampoco me animaba a contárselo a nadie. Era realmente un amor secreto. Y suponía, mal, que sólo era amor de 1 día…

Recuerdo exactamente aquel día. Yo estaba llegando a mi trabajo y, de repente, increíblemente, ella estaba allí. Fue tal el deslumbramiento que no estaba seguro si la había visto o si la había soñado. Pero al día siguiente volví a encontrarla. Y al día siguiente del siguiente, otra vez. Y al siguiente del siguiente del siguiente, de nuevo.

Ella no me miraba, creo que ni siquiera me registraba, pero estaba seguro que algún día iba a suceder. Y cuanto más tiempo pasaba, más le encontraba una mirada inteligente que (pensaba yo) sería capaz de descubrir lo esencial. ¿Qué esencialidades tenía yo para ofrecerle? Bueno, eso después se vería… Lo importante es que cuanto más tiempo pasaba, más coraje iba tomando. Y un día lo decidí: si hoy la vuelvo a ver, hoy la encaro. Hoy le digo. Hoy le declaro mi amor…

Pero llegado el día, ella ya no estaba. La habían reemplazado por una enorme botella de Coca-Cola alrededor de la cual 2 idiotas tomaban y se reían quién sabe de qué… En las partes claras de la foto todavía se podían entrever algunos de sus rasgos, aunque poco.

Pasó un tiempo, bastante tiempo, y me fui olvidando de ella. Todos los días atravesaba el lugar de siempre y, aunque no miraba expresamente, me daba cuenta que allí seguía la pareja de idiotas. A la que después reemplazó un señor que tomaba whisky en un sillón. Después otro señor que fumaba y largaba humo de verdad por la boca. Y después, ni me acuerdo.

Pero un día, uno de esos días en los que ocurre lo inesperado, ella estaba de nuevo en su lugar. Se la veía distinta, con otro color de pelo, otra mirada, otra actitud, otra onda… pero eso no tenía nada de malo. Lo malo es que, envuelta en el ajustado jean que la esponsoreaba, abrazaba a un señor muy pero muy fachero, con todo lo visible a la vista.

Me sentía engañado, frustrado y decepcionado. ¿Qué había sido de aquella diosa que era capaz de ver más allá? ¿Cómo había sido capaz de traicionarme de ese modo?

Crucé la calle, rumbo a mi trabajo, desolado, puteando en silencio a Saint-Exupéry.

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