El objetivo era atraer la atención del público tradicional pero, sobre todo, captar a los ateos de la causa: el público que no ve teatro y tampoco tiene la mínima intención de hacerlo.
El resultado fue una especie de "manifiesto", que recuerda las características únicas del teatro, expresado por voces realmente autorizadas para hacerlo.
La verdad es que empezamos con ideas bastante más jugadas que la que finalmente produjimos, pero era previsible: quien aprobaba era una comisión con muchas opiniones diferentes y en esos casos casi siempre se termina imponiendo lo menos conflictivo, lo que promedia el gusto de todos.
Igual la experiencia fue gratificante. Pude ejercitar mi cholulismo con el elenco más multiestelar con el que jamás trabajé, conocí algunos pormenores de una actividad por la que siempre sentí mucha curiosidad, y tuve la oportunidad de filmar con Juan José Campanella, lo cual fue malo y bueno al mismo tiempo.
Malo, porque un argumento de Juan fue el que tiró abajo las propuestas más jugadas. Bueno, porque su enorme experiencia "domesticó" a todos los divos convocados e hizo que todo el proceso fuera muy agradable.
Los responsables por el cliente fueron Carlos Rottemberg, Pablo Kompel y demás miembros de AADET.
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