Todos sabemos que las ideas son las vedettes de nuestra actividad. Son lo que le dan sentido, le suman valor, la mantienen siempre renovada. La mitología publicitaria hace suponer que los creativos vivimos obsesionados por ellas, pero la verdad es que todo el que está en el mundo de la comunicación (rectifico: en el mundo) las necesita.
Los
creativos más fundamentalistas dicen que cuando no hay ideas sólo quedan
recursos. Y en parte es cierto. Cuando no se nos ocurre nada, solemos dar
vuelta la galera y sacar algunos trucos que –dependiendo de nuestro
interlocutor- podemos vender como ideas, aunque íntimamente sepamos que no
llegan a esa categoría.
Pero no
todos son trucos. Muy cerca de las ideas, casi compartiendo el cartel, hay algo
que me parece tan importante como ellas y a lo que, sin embargo, no se le da el
valor que merece: es el lenguaje, la manera de contar las cosas, la forma de
comunicar que, en ciertas ocasiones, termina convirtiéndose en la idea misma.
Según el
escritor francés Georges Polti, no existen más que 36 estructuras dramáticas
posibles. El guionista y productor Ronald Tobias reduce la lista a 20 tramas. Y
el mismísimo Luis Bassat nos azota desde hace años con sus inoxidables 20
caminos creativos.
No sé cuál
será la cifra más acertada y tampoco estoy seguro de que esto aplique
literalmente a la publicidad, pero estoy seguro que también en nuestra
actividad la lista de ideas verdaderamente nuevas es finita.
¿Qué nos
queda entonces? Seguir intentando (por supuesto) y saber contar.
Ahora que
se puso tan de moda la palabra “relato” –que nos guste o no funciona muy bien- vale
la pena volver a pensar en esa artesanía, en esa elaboración, en ese cuidadoso
ejercicio que hacemos con las palabras y con las imágenes, que muchas veces
termina siendo tanto o más atractivo que las mismísimas ideas.
¿Cómo se
entreteje esa trama? ¿Cómo se logra el tono adecuado? ¿Cuáles son los elementos
que tenemos que poner en juego para que cada mensaje tenga la imagen y el
sonido que les corresponda? Depende de cada situación, pero en general todo
comienza mirando, mirando y mirando al producto. Parece un cuento de la Alfano,
pero de tanto mirarlo, él mismo es el que finalmente termina revelándonos su
lenguaje, su voz, su ámbito de pertenencia.
Hace
algunos años, preparando una campaña para una obra de teatro, el director del
espectáculo evaluaba cada idea que le presentábamos preguntándose ¿le pertenece
esta idea a la obra o no le pertenece esta idea a la obra? El sistema era
bastante hinchapelotas y hasta un poco frustrante, pero tenía algo positivo: lo
que terminaba aprobándose “hablaba” el lenguaje de la obra, estaba en su mundo,
reflejaba su identidad. Como dirían algunos marketineros: habitaba su
territorio.
Encontrar
un lenguaje propio para nuestros mensajes es una tarea fascinante y, le guste o
no a los fundamentalistas, casi tan difícil como encontrar una idea.
Obviamente no
se desarrolla con fórmulas, y las soluciones hay que buscarlas una por una.
Pero cuando aparecen, fluyen, se deslizan, vehiculizan tan naturalmente lo que
queremos comunicar, que es como si siempre hubiesen existido.
En el
último reel del Lápiz hay 2 campañas que, en ese sentido, me parecen muy
destacables.
Una es la
de Personal, la de “Dime qué celular tienes y te diré quién eres”. No me parece
que sea la idea “37” o “21”, pero creo que maneja un lenguaje contemporáneo,
fresco, desestructurado… perfecto para esa campaña, para su producto y para su
target.
Todo se
desenvuelve con liviandad, con espontaneidad, con textos y animaciones que
parecen haber sido escritos y diseñados al correr de la compu, pero que seguramente
tienen muchas horas de elaboración, de búsqueda, de ensayo.
La otra
campaña es la de 7up, la serie de comerciales que a partir de elementos
sueltos, un poco abstractos y aparentemente inconexos, hablan del beneficio que
produce la marca y reconstruyen su identidad. En este caso tampoco estamos
hablando de “aquella” idea (difícil lograrla con un brief que pide comunicar
algo que ya se comunicó miles de veces), pero sí de una campaña con un código
visual potente, moderno, muy atractivo.
Aquí, a la
inversa del caso anterior, no se dice nada con palabras -excepto en el
minimalístico slogan-, pero se comunica mucho con las imágenes, proponiendo una
nueva forma de appetite appeal, diferente,
inteligente, de un nivel casi artístico.
Posiblemente
Personal y 7up no estén revolucionando la publicidad con estas campañas ni
tampoco lo pretendan, pero hacen algo muy importante: consiguen dialogar con su
target en un idioma propio, que les da personalidad, las recorta y las ubica
claramente en las mentes de los consumidores.
Por
supuesto que siempre seguiremos buscando la gran idea, el breakthrough, algo que a la gente le haga decir “esto no lo había
visto”… pero mientras esperamos que aparezca no está mal ejercitar el noble
oficio de saber relatar, de seducir, de contar nuestras historias con el lenguaje
más original y pertinente posible.
Dicen que
Hitchcock basó su memorable “Psicosis” en una novela mediocre, que Woody Allen
siempre cuenta la misma historia y que Felllini se largaba a filmar sin tener
mucha idea de lo que iba a hacer. No puedo imaginarme lo que habrían hecho estos
tipos si, además, hubieran tenido una idea…
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